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Guías para escribir y misceláneas literarias

  • Foto del escritorAriana Riccio

El símbolo, ¿la llave para salir de nuestras cárceles, o para entrar a ellas?




Estoy leyendo Vida contemplativa: Elogio de la inactividad, de Byung-Chul Han. Aún no terminé la lectura. Y, si me pongo muy purista, creo que la lectura no termina nunca, porque jamás podremos develar todos los niveles de significado de un texto, ya que siempre habrá un nivel de conciencia más elevado por alcanzar; y, por lo tanto, nuevos mensajes que solo entonces serán accesibles a nuestra interpretación.


El libro, a pesar de ser muy breve, abarca muchos temas y requiere una lectura (justamente) contemplativa. Sospecho que podría dedicarle varios posteos, cosa que no sé si haré. Pero hoy quiero detenerme en un fragmento que sí me invitó —más bien me conminó— a escribir, porque fue uno de los que más me hizo reflexionar, hasta el momento.


Se trata del siguiente, que transcribo:

“Lo simbólico repercute de manera inmediata en la percepción. En los niveles prerreflexivos, emocionales, estéticos, influye sobre nuestro comportamiento y sobre nuestro pensamiento. Los símbolos producen cosas comunes que hacen posible el nosotros, la cohesión de una sociedad. Solo por medio de lo simbólico, por medio de lo estético, se construye el sentir compartido, el sim-páthos o la co-pasión. En el vacío simbólico, por el contrario, la sociedad se divide en individuos indiferentes, porque ya no existe lo asociativo y vinculante. La pérdida del sentir compartido propiciado por lo simbólico agudiza la falta de ser. La comunidad es una totalidad que se transmite simbólicamente. El vacío simbólico-narrativo, pues, conduce a la segmentación y a la erosión de la sociedad”.


Esa porción de texto me remitió a la dualidad (quizá sería más apropiado decir polivalencia) del símbolo, tan presente en dos mundos que en ocasiones parecen ilusoriamente unidos, pero que requieren ser observados desde la óptica del discernimiento para apreciar su singularidad y descubrir que muchos de los puentes que parecen conectarlos están, o bien “atados con alambre” (como diríamos en Argentina), o bien creados por artistas expertos en lo que en pintura se denomina trompe-l’oeil o trampantojo (engañar al ojo). Esos dos mundos son, por un lado, el mundo de la contemplación que describe el autor en su obra; y, por otro, el mundo del entretenimiento.


En las líneas transcritas, hemos visto que Byung-Chul Han considera al símbolo como un elemento vital que nos conecta con la sociedad de la que somos parte, y nos saca del ensimismamiento que es tan característico del estado de trance. Sin embargo, esto me hizo reflexionar en que el símbolo es usado una y otra vez, cada vez en mayor medida, por el mundo del entretenimiento. Ahí es donde —desde mi punto de vista, claro— nos topamos cara a cara con ese carácter polivalente del símbolo. Si podemos encontrarlo tanto en el mundo de la contemplación como en el del entretenimiento, y es un elemento constitutivo de ambos, sin el cual ninguno de ellos podría existir, ¿qué es lo que diferencia al símbolo en su presencia dentro de un mundo u otro? ¿Se trata del mismo símbolo en ambos casos, o, en el caso del mundo del entretenimiento, podríamos hablar de símbolos “corrompidos”?


En mi opinión, que es solo una invitación a la reflexión para quien se detenga a leer este texto, el símbolo es el mismo en ambos casos. No creo que exista la posibilidad de corromper un símbolo: en ese aspecto, pienso que el símbolo es el contenedor de un sentido supra-humano, algo que nos conecta con una naturaleza divina que no puede ser alterada y que solo se revela en la dimensión a la que Byung-Chul Han hace referencia: la de la contemplación. No en vano muchos métodos de autoconocimiento, como el Tarot, utilizan el símbolo para vincular arquetipos latentes en el inconsciente colectivo con aquello que el consultante necesita aprender (o dejar de negar) acerca de sí mismo para avanzar en su camino, que no es más que un camino de retorno a lo esencial.


Considero, no obstante, que en una industria del entretenimiento colmada de símbolos el proceso de corrupción sí existe, pero no es en el símbolo en donde hay que buscarlo, sino en el marco semántico o contextual con el que se nos induce a interpretarlo. Cuando en una aproximación superficial se equipara “la inactividad” al tiempo “libre” ocupado en las distracciones provistas por el mundo del espectáculo (tiempo que, según el autor, cuando no está asociado profundamente a la contemplación es tiempo muerto, y yo agregaría que la industria del entretenimiento lo convierte en un cádaver exquistamente maquillado para que sin embargo parezca vivo), se pierde de vista que, cuando no está asociado a la contemplación, el tiempo “libre” nos priva, paradójicamente, de la libertad de interpretar el símbolo para acceder a su poder liberador, aquel que de verdad nos vincula con el otro porque nos permite re-conocernos a nosotros mismos y a quienes nos rodean.


El símbolo, entonces, está presente siempre; no solo en el mundo de la contemplación, también en el del entretenimiento, y por supuesto no me refiero solo al contemporáneo sino a todas las historias que nos acompañan desde nuestro origen, sea cuando fuere que eso haya ocurrido. Pero ese símbolo, que en la contemplación tiene un poder vinculante si nos remitimos al fragmento que inspiró este texto, cuando es tomado por el entretenimiento parece más bien querer conducirnos a un estado hipnótico de ilusión donde la relación con lo social es aparente y superficial, porque sin que lo percibamos nos hace asumir el papel de espectadores y renunciar al de protagonistas, no solo en cómo efectivamente ocurre el proceso, sino en un sentido mucho más profundo.


Recordemos que una de las cosas que caracterizan al trance es la vulnerabilidad a la sugestión de quien se encuentra en ese estado, situación que se agudiza por el hecho de que la persona en trance no es consciente de esa condición. El entretenimiento “baja nuestras defensas” porque aceptamos tácitamente un contrato de “no-realidad”. Y, aunque hay productos de entretenimiento que pueden impulsarnos a crecer, la condición necesaria para ello es el discernimiento; el recordar, con la mayor frecuencia posible, que en este plano lo que parece ser más inocente a veces no lo es tanto.


En mi criterio, nada que condicione de una manera u otra nuestra capacidad de interpretación sin que nosotros lo advirtamos es inocente. Y es en ese sentido que estoy de acuerdo con Byung-Chul Han en la importancia de la contemplación, donde podemos recuperar nuestro poder de interpretación y liberarlo de intentos de manipulación guiados por intereses que, más que conectarnos con el verdadero potencial de lo simbólico, quieren despojarnos del acceso a él.


Para terminar, y para quienes estén familiarizados con los conceptos de alto y bajo astral, deseo hacer un paralelo absolutamente libre del fragmento arriba citado con lo que ocurre en esos mundos (aquellos lectores a los que no les guste ni un poco lo esotérico pueden saltear este párrafo y pasar directamente al último). En el bajo astral —y no me refiero solo al plano de los sueños— habitan muchos falsos maestros que intentarán imponernos sus ideas, convenciéndonos de que en verdad son las nuestras, y de que los necesitamos para acceder a “niveles superiores de conciencia”. Mientras que, en el alto astral, se encuentran los verdaderos maestros; es decir, quienes nos recuerdan que nada ni nadie nos puede dar aquello que solo nosotros podemos —y debemos— darnos.


Entiendo que la contemplación tal como la plantea Byung-Chul Han no es nada, nada fácil en la época en la que nos toca vivir, tal vez porque todo está estratégicamente diseñado para que no lo sea. Pero, quizás, sí está a nuestro alcance evitar el más peligroso de los trances: aquel con el que nos “hechizamos” a nosotros mismos; y, lamentablemente, no siempre en nuestro beneficio.


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