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Guías para escribir y misceláneas literarias

  • Foto del escritorAriana Riccio

El melancólico infinito (o “de inicios y finales”)

Además de este blog, tengo otro llamado “Redacción y corrección”.


¿Por qué elegí tener dos blogs, con el esfuerzo que requiere, para una sola persona, mantenerlos?


De hecho, luego de un año y medio de inactividad —no profesional, sino de redacción de contenidos propios— recién este año comienzo a actualizar ambos blogs nuevamente, y estoy elaborando un cronograma de publicación y de temas acerca de los que deseo escribir, que fui acumulando a lo largo de esos meses de aparente “inactividad”. Que, en verdad, no fue tal, como explico en mi primer post relativo a la hoja de ruta 2022, que publiqué ayer en mi otro blog.


La realidad es que no hay un único motivo. Pero el que vale la pena ser compartido es que, en esencia, en cada blog me quiero dedicar a cuestiones diferentes. “Redacción y corrección” es un blog más bien orientado a compartir mis experiencias como emprendedora, aunque tenga alguna que otra publicación relativa a temas técnicos emparentados con el hecho de escribir. En este blog, en cambio, doy rienda suelta a mis reflexiones más relacionadas con la escritura, el lenguaje y la creatividad en general.


De cierto modo, ambas líneas temáticas se relacionan entre sí y el límite entre donde comienza una y donde termina la otra es muy difuso. El criterio de demarcación, como es obvio, corre por mi cuenta y, en consecuencia, es tan subjetivo como arbitrario.


Y esa cuestión se relaciona con el primer tema al que deseo referirme para inaugurar la temporada 2022 de este blog. Un tema que viene muy a cuento en este mes de enero, y que a la vez es parte inseparable de la creación literaria: el de los principios y los finales.


Mi postulado es que jamás existen los finales y los principios como tales, son simplemente una construcción humana para (intentar) ordenar el mundo que la rodea y tener un (ilusorio) control sobre él. Y la literatura —tanto la de ficción como la de no ficción, otra distinción bastante caprichosa— nos acerca a un atisbo de certeza al respecto: cuando un texto parece terminar, es cuando comienza su verdadero sentido. Es decir, aquel que encuentra en su conexión con el lector y solo puede nacer a partir de que el cierre de un texto fue la condición necesaria para su difusión.


Así, la verdadera vida de un texto empieza, por paradójico que suene, luego de esa pequeña muerte que sufren tanto la obra como el autor cuando se coloca, de manera material o simbólica, la palabra “fin”. Quienes escribimos, bien lo sabemos; y quienes nos leen, aunque no sean siempre conscientes de ello, también.


En este gran texto que es la vida, donde nuestras palabras y nuestros pensamientos construyen nuestra historia en el escenario que nos fue dado, los inicios siempre son finales, y viceversa. Estamos rodeados siempre de la vida y la muerte de todo aquello que percibimos a través de nuestros sentidos, y eso es algo que no solo no podemos evitar, sino que en un plano más profundo es lo que justifica nuestro paso por este espacio-tiempo: nos da el poder de dotar de sentido a nuestras circunstancias y decidir a qué le damos vida mediante nuestra atención, y a qué dejamos morir para darle una nueva vida que ya no nos tendrá como protagonistas, actores secundarios ni autores.


“El melancólico infinito” es una expresión que leí siendo niña en una revista y quedó grabada en mi cerebro. Si principios y finales son construcciones mentales consensuadas en el marco de una determinada cultura, quizás el infinito exista y siempre se resistirá a ser encasillado dentro de cualquier definición que intentemos darle. Quizás de ahí se derive su melancolía, esa tristeza en loop que no tiene ni principio ni final, pero que a la vez es una fuente de sosiego porque nos recuerda que nada, nada, es tan definitivo.


Deseo que, en este 2022, sean responsables de a qué eligen darle un comienzo y a qué un final en esa obra que jamás nadie podrá plagiar, y que aporta algo que nadie nunca más podrá dar si no lo hacen ustedes: su vida.

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